FRASES PARA SACERDOTES

"Cuando rezamos el Santo Rosario y nos unimos a María, estamos viviendo lo que es la familia porque cuando los hijos se reúnen con La Madre y juntos le oran a Dios, es la familia orando unida". DE: Marino Restrepo.
Papa Francisco a los sacerdotes que llevan "doble vida"

LAS MANOS DEL SACERDOTE

DE LA AUTORA

Las manos del sacerdote

Aún en el sacerdote indigno e infiel sus manos son luminosas, derraman el poder de Dios y queman a los demonios.
No podemos ver estas cosas espirituales intangibles e invisibles sin la fe en el espíritu.

Las manos del sacerdote son la pesadilla y el espanto para el infierno porque ellos podrán hacer caer a un sacerdote por sus pecados e infidelidades, pero no podrán encadenarle sus manos.

Estas manos nos administran los sacramentos, o sea, nos llevan al Reino que no es de este mundo, la gloria. Y estas manos nada menos que consagran el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor (el exorcismo mas poderoso contra satanás y su ejercito).

La Beata Ana Catalina Emmerich dice que aún en el infierno sus manos brillarán con un brillo especial.

El demonio tiene la guerra mas grande contra los sacerdotes pues tienen las armas mas poderosas para derrotarlos y si cae un sacerdote arrastra a miles de almas con él.


Supliquemos diariamente al Señor:

Dios Todopoderoso, te suplicamos nos envíes muchos y santos sacerdotes transformados en Jesús.
Envíanos muchos sacerdotes obedientes y amantes al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María.
Danos sacerdotes castos y fieles a nuestra Santa Madre Iglesia.
Amen.


San Ignacio de Antioquía

Predilectas de la autora


Carta a los Efesios, 13-14

Poned empeño en reuniros más frecuentemente para celebrar la eucaristía de Dios y glorificarle. Porque cuando frecuentemente os reunís en común, queda destruido el poder de Satanás, y por la concordia de vuestra fe queda aniquilado su poder destructor. Nada hay más precioso que la paz, por la cual se desbarata la guerra de las potestades celestes y terrestres. Nada de todo esto se os oculta a vosotros si poseéis de manera perfecta la fe en Cristo y la caridad, que son principio y término de la vida. La fe es el principio, la caridad es el término. Las dos, trabadas en unidad, son Dios, y todas las virtudes morales se siguen de ellas. Nadie que proclama la fe peca, y nadie que posee la caridad odia. El árbol se manifiesta por sus frutos. Así, los que se profesan ser de Cristo, se pondrán de manifiesto por sus obras...


MOISES Y EL CRUCE DEL MAR ROJO - PRESENTACIÓN DE DIAPOSITIVAS






FUENTE: www.slideserve.com/


EXORCISMO CONTRA SATANÁS Y LOS ÁNGELES REBELDES


Oración para rechazar los ataques del demonio. 


Por: Publicado por su Santidad León XIII 

+ En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contra la perversidad y las asechanzas del enemigo. Reprímelo Dios, Te pedimos humildemente, y tú Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno a Satanás y a otros espíritus malignos, que andan por el mundo para la perdición de las almas. Amen." (León XIII).

Venid en auxilio de los hombres que Dios ha hecho a su imagen y semejanza, y que ha sido rescatado a tan alto precio de la tiranía del demonio. Sois vos a quien venera la Iglesia como su guardián y protector, a vos ha confiado el Señor las almas redimidas para introducirlas al Cielo. Rogad al Dios de la paz que aplaste a Satanás bajo nuestros pies a fin de despojarle de todo poder y de perjudicar a la Iglesia. Presenta al Altísimo nuestras oraciones para pedir misericordia y vencer a la antigua serpiente para que no pueda seducir a las naciones.



EXORCISMO:

En el nombre de Jesucristo nuestro Dios y Señor, con la intercesión de la Virgen María, de San Miguel, San Pedro y San Pablo y todos los santos, nos proponemos rechazar los ataques del demonio


Salmo 67 (se rezará de pié)

1 Dios tenga misericordia de nosotros, y nos bendiga; haga resplandecer su rostro sobre nosotros; Selah

2 Para que sea conocido en la tierra tu camino,
En todas las naciones tu salvación.

3 Te alaben los pueblos, oh Dios;
Todos los pueblos te alaben.

4 Alégrense y gócense las naciones,
Porque juzgarás los pueblos con equidad,
Y pastorearás las naciones en la tierra. Selah

5 Te alaben los pueblos, oh Dios;
Todos los pueblos te alaben.

6 La tierra dará su fruto;
Nos bendecirá Dios, el Dios nuestro.

7 Bendíganos Dios,

Y témanlo todos los términos de la tierra.


Huyan de su presencia los que aborrecen a Dios; desvanézcanse como el humo, como la cera se derrite al fuego, así perezcan los pecadores a la vista de Dios. Ved aquí la Cruz del Señor; huid potestades enemigas. León de la tribu de Judá, el vástago de David ha vencido. Tu misericordia, Señor, es con nosotros conforme a la esperanza que en ti tenemos.

Te exorcizamos Espíritu Inmundo, quienquiera que seas, potencia satánica, legión, reunión o secta diabólica. En el nombre de Jesucristo seas arrojado de la Iglesia de Dios, de las almas rescatadas con su Sangre preciosa. No te atreverás a sacudir y cribar como al trigo a los elegidos de Dios + , te lo manda el Dios altísimo + a quien, en tu grande orgullo, pretendes hacerte semejante. Él, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,4). Te lo manda Dios Padre + , te lo manda Dios Hijo +, te lo manda Dios Espíritu Santo + , te lo manda Cristo, el Verbo eterno de Dios que se hizo carne + , el cual para salvarnos se humilló y se hizo obediente hasta la muerte; ha establecido la Iglesia sobre una piedra sólida y ha prometido que las puertas del infierno no prevalecerán jamás sobre ella. Te lo manda la señal de la Cruz + , y la virtud de los misterios de la fe + . Te lo manda la poderosa Madre de Dios + , la cual aplastó por su humildad tu cabeza. Te lo manda la sangre de los mártires y la piadosa intercesión de los Santos y Santas.
Dragón maldito y toda la legión diabólica, te conjuramos por el Dios vivo + , por el Dios verdadero + , por el Dios santo + , por el Dios que ha amado tanto al mundo y a cada uno de nosotros, que nos ha dado su Hijo único,. a fin de que los que crean en él no perezcan sino que tengan la vida eterna. Cesa de engañar a las criaturas humanas y de derramar el veneno de la condenación eterna. Cesa de poner obstáculos a la libertad. Vete maestro de todo engaño, enemigo de la salvación de los hombres.
Humíllate bajo la poderosa mano de Dios. Tiembla y huye a la invocación hecha por nosotros del santo nombre de Jesús que hace temblar a los infiernos, al cual alaban las potestades y las dominaciones, y que los querubines y serafines alaban diciendo: Santo, Santo, Santo, es el señor de los ejércitos.

V. Señor escucha nuestra oración.
R. Y llegue a ti nuestro clamor.

Dios del Cielo, de la tierra, de los Ángeles y Arcángeles, patriarcas, profetas, apóstoles y mártires, Dios de los confesores y de las vírgenes, Dios que das vida después de la muerte, y el descanso después del trabajo, dígnate librarnos de toda malicia de los espíritus infernales, por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

De las asechanzas del demonio, líbranos Señor. Dígnate humillar a los enemigos de tu Iglesia.

Se rocía con agua bendita el lugar en que se ha rezado.

NOTA: Hay que santiguarse al encontrar la señal de la Cruz +


Publicado con licencia del Ordinario de París.


LA ACCIÓN DE JUAN PABLO II POR LAS VOCACIONES AL SACERDOCIO




La pastoral vocacional y la pastoral familiar se desarrollan al unísono 

Por: Antonio Miralles 

La vocación al sacerdocio, don y misterio

El testimonio de san Juan Pablo II sobre su propia vocación, al cumplir 50 años de sacerdocio, publicado en el libro Dono e Mistero [Don y Misterio], nos brinda indicaciones inestimables, cargadas de matices personales, sobre su celo para con las vocaciones sacerdotales. "¡Cuántas veces -dice- un obispo vuelve con el pensamiento y el corazón al seminario! Es el primer objeto de sus preocupaciones. Suele decirse que el seminario es para un obispo la "niña del ojo" (...) De alguna manera, el obispo ve a su Iglesia a través del seminario, puesto que de las vocaciones sacerdotales depende una parte muy grande de la vida eclesial" (págs. 109-110). Una parte muy grande y también esencial, porque la presencia del sacerdocio ministerial asegura la Eucaristía y los demás sacramentos que los fieles necesitan, asimismo, garantiza la predicación del evangelio y la guía de la comunidad cristiana. De ello nos ha dado un testimonio personal el Santo Padre: "Fui consagrado obispo doce años después de mi Ordenación sacerdotal: gran parte de estos cincuenta años estuvo signada precisamente por la preocupación por las vocaciones" (pág. 110).

Ante esta preocupación el obispo no está solo: es un compromiso de todos los fieles, pero de manera especial, como afirma el Papa en la Exhortación apostólica Pastores dabo vobis: "Todos los sacerdotes son solidarios y comparten con él [el obispo] la responsabilidad de la búsqueda y la promoción de las vocaciones presbiterales" (PDV 41/4). No se trata de un compromiso que podamos enfrentrar despreocupadamente, con la seguridad de que vayamos a encontrar un campo en el que la cosecha sea abundante. De hecho, en las últimas décadas ha habido una verdadera crisis. Sin embargo, Juan Pablo II, dirigiendo una mirada de fe sobre toda la Iglesia, halla motivos para optimismo: "Gracias a Dios, comienza a ser superada la crisis de las vocaciones sacerdotales en la Iglesia. Cada nuevo sacerdote trae consigo una bendición especial" (pág. 111). Con todo, a nadie se le escapa que la situación no es uniforme en la Iglesia y que en no pocos lugares la falta de un número suficiente de sacerdotes resulta verdaderamente dramática. Y es un motivo más para oír con mayor atención el testimonio del Papa.

Es bueno reflexionar sobre el don de la vocación sacerdotal. Se trata de "un misterio. Es el misterio de un "intercambio maravilloso" («admirabile commercium») entre Dios y el hombre. Éste entrega a Cristo su humanidad para que Él pueda servirse de ella como instrumento de salvación, casi haciendo de ese hombre otro sí mismo" (pág. 84). Es decir, el hombre percibe un llamado divino a brindarse a sí mismo, un llamado que se le presenta como un don inestimable que antecede a su respuesta. Por ello el Papa advierte: "Si no se percibe el misterio de este "intercambio", no se puede comprender cómo, al oír la palabra "¡Sígueme!", un joven pueda llegar a renunciar a todo por Cristo, con la certeza de que en ese camino su personalidad humana se realice plenamente" (p. 84).

La vocación sacerdotal, al igual que la vocación de todo cristiano, arraiga en el designio eterno de Dios Padre, que se realiza en la vocación bautismal, y adquiere así una mayor determinación hasta llegar a ser concreta en relación a cada bautizado. Es el plan proclamado por el himno inicial de la carta a los Efesios: "Nos ha elegido en él [Cristo] antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad" (Ef 1,4-6). Es éste el fundamento de la radicalidad de la vocación cristiana: el designio de Dios no se conforma con una meta menor que la de ser santos e inmaculados en su presencia. Es un designio eterno, escondido en la intimidad de la vida trinitaria, que luego repercute en la vida personal del hombre y en lo íntimo de su corazón, cuando percibe que para él es un camino concreto que recorrer, en la identificación con Cristo y con la fuerza del Espíritu Santo, hasta la meta a que su Padre, Dios, lo llama.

El Santo Padre cuenta cómo ocurrió su percepción del llamado divino al sacerdocio: "Se mostraba a mi conciencia (...) cada vez más, una luz: el Señor quiere que yo sea sacerdote. Un día lo percibí con mucha claridad: era una suerte de iluminación interior, que llevaba consigo la alegría y la seguridad de otra vocación [se refiere a sus proyectos anteriores]. Y esta conciencia me llenó de una gran paz interior" (pág. 44).

La respuesta libre al llamado de Cristo y la fiel confirmación sucesiva, a lo largo del camino formativo de preparación al sacerdocio, van dando mayor firmeza, sea a la persuasión de haber sido llamados al sacerdocio, sea a la decisión de responder con el don decidido de sí mismos. Se llega así al momento de la Ordenación, en el cual la persuasión iluminada por la fe se vuelve certeza. A ese momento se refiere el Santo Padre, con evidente referencia a sí mismo: "Quien se dispone a recibir la Ordenación sagrada se postra con todo su cuerpo y apoya su frente en el suelo del templo, expresando así su disponibilidad completa a emprender el ministerio que se le confía. Ese rito ha marcado profundamente mi existencia sacerdotal" (pág. 53). No alcanza sólo la disponibilidad para desempeñar una serie de funciones que se podrían enumerar en un cuadro normativo, porque el sacerdote está llamado a servir a Cristo, Sacerdote eterno, con toda su existencia. Dice el Papa: "El sacerdocio de todos los presbíteros se inscribe en el misterio de la Redención. Esta verdad sobre la Redención y el Redentor se ha enraizado en el centro mismo de mi conciencia, me ha acompañado en todos estos años, ha impregnado mis experiencias pastorales, me ha revelado contenidos siempre nuevos" (pág. 92).

A pesar de haberles ofrecido sólo breves fragmentos, dada la brevedad del tiempo de que dispongo, este testimonio del Papa constituye un marco muy adecuado de experiencias y doctrina para comprender mejor su enseñanza, que aparece más sistemática y completa en «Pastores dabo vobis», como vengo a exponer en la segunda parte de mi intervención.


La vocación sacerdotal en la pastoral de la Iglesia

El Sínodo de los Obispos de 1990 y la exhortación apostólica posterior, «Pastores dabo vobis», sobre la formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales, constituyen un claro signo de la acción de Juan Pablo II por las vocaciones al sacerdocio, como puede verse en el capítulo 4° de la exhortación, que trata de la vocación sacerdotal en la pastoral de la Iglesia y el capítulo 5°, sobre la formación de los candidatos al sacerdocio. Concentraré mis observaciones en el capítulo 4°, para respetar el tiempo que me ha sido asignado.

De gran importancia es la afirmación central del primer número del capítulo: "La pastoral vocacional (...) no es un elemento secundario ni accesorio, tampoco un momento aislado o sectorial, como si fuera una parte, aunque muy importante, de la pastoral global de la Iglesia: es más bien (...) una actividad íntimamente insertada en la pastoral general de cada Iglesia, una atención que debe integrarse e identificarse plenamente con la "cura de almas" llamada ordinaria" (PDV 34/4). Esto es que, en ninguna Iglesia particular, los pastores y los demás fieles pueden considerarse dispensados del compromiso constante para que un número adecuado de jóvenes pueda acoger la gracia de la vocación al sacerdocio.

Para preparar mejor la acción pastoral en este campo, es necesario tener en cuenta plenamente los aspectos esenciales de la vocación sacerdotal mencionados en la primera parte; es necesario considerar que, entre estos aspectos, se encuentra también la dimensión eclesial: "[la vocación] no deriva sólo "de" la Iglesia y su mediación, y tampoco se da a conocer y se cumple sólo "en" la Iglesia, sino que se configura, en el servicio fundamental a Dios, necesariamente también como servicio "para" la Iglesia" (PDV 35/5). Por ello, "la Iglesia está realmente presente y activa también en la vocación de cada sacerdote" (PDV 38/1); y es así, de manera especial, en el llamado del obispo.

En el diálogo vocacional entre Dios y el hombre, la libertad de éste es insuprimible, pero es menester reconocer la prioridad de la intervención libre y gratuita de Dios que llama. "La vocación es un don de la gracia divina y nunca un derecho del hombre y, por eso no es posible considerar la vida sacerdotal como una promoción simplemente humana, ni tampoco la misión del ministro como un simple proyecto personal" (PDV 36/4). El Papa deduce de ello una consecuencia importante: "Aquellos que han llamados saben que se basan no en sus propias fuerzas, sino en la fidelidad incondicional de Dios que llama" (PDV 36/4). La misma gracia de Dios anima y alienta la libertad humana para que responda a la vocación, "una libertad que en la respuesta positiva se expresa como adhesión personal profunda, como donación de amor o, mejor dicho, como nueva donación al Donante que es Dios que llama, como oblación" (PDV 36/7).

Reconocer el gran valor positivo de la respuesta libre al llamado divino no impide tener conciencia de los obstáculos que se le oponen. El Papa hace referencia explícita a los obstáculos identificados por los Padres sinodales al reconocer "que la crisis de las vocaciones al presbiterado tiene raíces profundas en el ambiente cultural, la mentalidad y la praxis de los cristianos" (PDV 37/5). Para contrastar esa crisis, subraya "la urgencia de que la pastoral vocacional de la Iglesia apunte prioritariamente y con decisión a la reconstrucción de la "mentalidad cristiana", tal como es engendrada y sostenida por la fe. Se hace más que nunca necesaria una evangelización que no cese de presentar el verdadero rostro de Dios, el Padre que en Jesucristo nos llama, uno a uno, y el sentido genuino de la libertad humana como principio y fuerza del don responsable de sí mismos" (PDV 37/6).

Come he dicho antes, la vocación sacerdotal tiene una dimensión eclesial esencial, que lleva a la siguiente consecuencia importante: "La Iglesia, como pueblo sacerdotal, profético y real, está comprometida en la promoción y el servicio del nacimiento y la maduración de las vocaciones sacerdotales por medio de la oración y la vida sacramental, a través del anuncio de la Palabra y la educación a la fe, con la guía y el testimonio de la caridad" (PDV 38/3). En esta breve síntesis, no es difícil divisar los puntos sobresalientes de un verdadero programa de pastoral vocacional: la oración, los sacramentos de la vida ordinaria (Eucaristía y Penitencia), la catequesis orgánica, la dirección espiritual y el testimonio de una vida cristiana auténtica. Ordenado todo ello para obtener de Dios gracias abundantes de hombres llamados al sacerdocio y de respuestas generosas por parte de los llamados. El espíritu con el que se ha de promover este programa está claramente descrito por las palabras del Papa: "Los educadores y, en particular, los sacerdotes, no deben vacilar en proponer, de manera explícita y vigorosa, la vocación al presbiterado como una posibilidad real para aquellos jóvenes que den muestra de poseer los dones y las dotes que le corresponden. No debe temerse que se los condicione o se limite su libertad; al contrario, una propuesta precisa, hecha en el momento justo, puede ser decisiva para provocar en los jóvenes una respuesta libre y auténtica" (PDV 39/2).

La pastoral vocacional es un deber de toda la Iglesia. Juan Pablo II es muy explícito: "Es por demás urgente, hoy en especial, que se difunda y eche raíces la convicción de que todos los miembros de la Iglesia, sin exclusión alguna, tienen la gracia y la responsabilidad de ocuparse de las vocaciones" (PDV 41/2). La primera responsabilidad corresponde al obispo, coadyuvado por los sacerdotes; pero también "ha sido confiada una responsabilidad muy especial a la familia cristiana" (PDV 41/5). La pastoral vocacional y la pastoral familiar se desarrollan al unísono.

(Intervención de Antonio Miralles, profesor de Teología en la Universidad de la Santa Cruz (Roma), en la videoconferencia mundial de teología organizada por la Congregación vaticana para el Clero el 28 de abril de 2004 sobre las vocaciones sacerdotales.)


FUENTE: es.catholic.net

MARÍA, MADRE Y MODELO DE CADA VOCACIÓN


María, madre y modelo de cada vocación



¡En Ella cada mujer encuentra su vocación de virgen, de esposa, de madre! 

Por: Obra Pontificia para las Vocaciones Eclesiásticas 

Existe una criatura en la que el diálogo entre la libertad de Dios y la libertad del hombre se realiza de modo perfecto, de manera que las dos libertades puedan actuar realizando plenamente el proyecto vocacional; una criatura que nos ha sido dada para que en ella podamos contemplar un perfecto designio vocacional, el que debería cumplirse en cada uno de nosotros.

¡Es María, la imagen salida del designio de Dios sobre la criatura! Es, en efecto, criatura como nosotros, pequeño fragmento en el que Dios ha podido verter todo su amor divino; esperanza que nos ha sido dada para que mirándola, podamos también nosotros aceptar la Palabra a fin de que se cumpla en nosotros.

María es la mujer en la que la Santísima Trinidad puede manifestar plenamente su libertad electiva. Como dice San Bernardo comentando el mensaje del ángel Gabriel en la anunciación: « Esta no es una Virgen encontrada en el último momento, ni por casualidad, sino que fue elegida antes de los siglos; el Altísimo la predestinó y se la preparó ».(52) Y San Agustín ya había escrito mucho antes: « Antes que el Verbo naciese de la Virgen, El ya la había predestinado como su madre ».(53)

María es la imagen de la elección divina de toda criatura, elección hecha desde la eternidad y totalmente libre, misteriosa y amante. Elección que, normalmente, va más allá de lo que la criatura puede desear para sí: que le pide lo imposible y le exige sólo una cosa: el valor de fiarse.

Pero la Virgen María es también modelo de la libertad humana en la respuesta a esta elección. Ella es la muestra de lo que Dios puede hacer cuando encuentra una criatura libre de acoger su propuesta. Libre de pronunciar su « sí », libre de encaminarse por la larga peregrinación de la fe, que será también la peregrinación de su vocación de mujer llamada a ser Madre del Salvador y Madre de la Iglesia. Aquel largo viaje se concluirá a los pies de la cruz, con un « sí » todavía más misterioso y doloroso que la hará ser plenamente madre; y, después, también en el cenáculo, donde engendra y sigue todavía hoy engendrando, con el Espíritu, la Iglesia y cada vocación.

María, en fin, es la imagen perfectamente realizada de la « mujer », perfecta síntesis del alma femenina y de la creatividad del Espíritu, que en Ella encuentra y escoge la esposa, virgen madre de Dios y del hombre, hija del Altísimo y madre de todo viviente. ¡En Ella cada mujer encuentra su vocación de virgen, de esposa, de madre!


Notas:

(52) « In laudibus Virginis Matris », Homilia II, 4: Sancti Bernardi opera, Romæ, Editiones Cistercenses, 1966, p. 23.

(53) « In Iohannis Evangelium Tractatus VIII, 9: CCL, 36, p. 87.


FUENTE: es.catholic.net Biblioteca Electrónica Cristiana


DEL MODO DE CONDUCIRNOS EN EL TEMPLO



Catolicidad.com señala aquí algunas
otras consideraciones a tomar en cuenta
Fragmento del 'Manual de Urbanidad y Buenas Maneras' de Manuel A. Carreño:

Es un error lastimoso, y en que jamás incurren las personas que poseen una educación perfecta, el creer que sea lícito conducirse en el templo con menos circunspección, respeto y compostura que en las casas de los hombres. Y a la verdad, sería una monstruosa contradicción el admitir y practicar el deber de manejarse dignamente en una tertulia y ofrecer al mismo tiempo el ejemplo de una conducta irrespetuosa y ajena del decoro y la decencia, en el lugar sagrado en que reside la Majestad Divina.

Al entrar en el templo cuidemos de no distraer con ningún ruido la atención de los que en él se encuentran, ni molestarlos de ninguna manera; y jamás pretendamos penetrar por lugares que estén ya ocupados, y por los cuales no podamos pasar libremente, por muy devota que sea la intención que llevemos.

... Tengamos presente que llevar a la iglesia un perro es un acto imperdonablemente indigno e irreverente.

Dentro del templo no debe saludarse a ninguna persona desde lejos, y cuando ha de hacerse de cerca, tan sólo es licito un ligero movimiento de cabeza, sin detenerse jamás a dar la mano ni mucho menos a conversar.

Abstengámonos de apartar la vista del lugar en que se celebren los Oficios para fijarla en ninguna persona.

Se falta al respeto debido a las personas que se encuentran en el templo, a más de ofenderse a la Divinidad, omitiendo aquellos actos que, según los ritos de la Iglesia, son propios de cada uno de los Oficios que se celebran (N. de la R: Por ejemplo, al no arrodillarse durante la Consagración, siendo esa postura -la de arrodillarse- signo de adoración a Cristo presente en la especies consagradas).

No tomemos nunca asiento en la iglesia, sin que por lo menos hayamos hecho una genuflexión hacia el altar mayor.

Al pasar por delante de un altar en que esté depositado el Santísimo Sacramento, haremos una genuflexión y al retirarnos del templo, si salimos por la puerta principal, haremos también una genuflexión hacia el altar mayor.

Doblaremos precisamente ambas rodillas, si la Majestad estuviere expuesta. También haremos una genuflexión, cuando pasemos por delante de un altar donde se esté celebrando el santo sacrificio de la Misa, si el sacerdote hubiera ya consagrado y aún no hubiese consumido.

Siempre que haya de pasar por junto a nosotros un sacerdote revestido, que se dirija al altar o venga de él, nos detendremos y le haremos una inclinación de reverencia.


LOS SUEÑOS DE SAN JUAN BOSCO - PARTE 55 -


EL PURGATORIO



SUEÑO 61 .—AÑO DE 1867.

(M. B. Tomo VIII, pág. 853-858)

El 25 de junio [San] Juan Don Bosco habló a la Comunidad, después de las oraciones de la noche, en estos términos:

«Ayer noche, mis queridos hijos, me había acostado, y no pudiéndome dormir, pensaba en la naturaleza y modo de existir del alma; cómo estaba hecha; cómo se podía encontrar en la otra vida separada del cuerpo; cómo se trasladaría de un lugar a otro; cómo nos podremos conocer entonces los unos a los otros siendo así que, después de la muerte sólo seremos espíritus. Y cuanto más reflexionaba sobre esto, tanto más misterioso me parecía todo.

Mientras divagaba sobre éstas y otras semejantes fantasías me quedé dormido y...


***********

...me pareció estar en el camino que conduce a (y nombró la ciudad) y que a ella me dirigía. Caminé durante un rato; atravesé pueblos para mí desconocidos, cuando de pronto sentí que me llamaban por mi nombre. Era la voz de una persona que estaba parada en el camino.

—Ven conmigo —me dijo—; ahora podrás ver lo que deseas.

Obedecí inmediatamente. El tal se movía con tal rapidez que ni el mismo pensamiento le podía aventajar; lo mismo yo. Caminábamos sin que nuestros pies tocasen el suelo. Al llegar a una región que no sabría precisar, mi guía se detuvo. Sobre un lugar eminente se elevaba unmmagnífico palacio de admirable estructura. No sabría puntualizar dónde estaba, ni sobre qué altura; no recuerdo si sobre una montaña o en el aire, sobre las nubes. Era un edificio inaccesible, pues no se veía camino alguno que a él condujese. Sus puertas estaban a una altura considerable.

—¡Mira! ¡Sube a aquel palacio!— me dijo mi guía.

—¿Cómo podré hacerlo? —exclamé—. ¿Qué es lo que tengo que hacer? Aquí abajo no veo camino alguno y yo no tengo alas. —¡Entra!—, me dijo el otro en tono imperativo.

Y viendo que yo no me movía, añadió: —Haz lo que yo; levanta los brazos con buena voluntad y subirás. Ven conmigo.

Y diciendo esto levantó en alto las manos hacia el cielo. Yo abrí entonces los brazos y al instante me sentí elevado en el aire a guisa de ligera nube. Y heme aquí a la entrada de palacio. El guía me había acompañado.

—¿Qué hay ahí dentro?—, le pregunté. —Entra; visítalo y verás. En una sala, al fondo, encontrarás quien te aleccione.

El guía desapareció y yo, habiéndome quedado sólo y como guía de mí mismo, entré en el pórtico, subí las escaleras y me encontré en un departamento verdaderamente regio. Recorrí salas espaciosas, habitaciones riquísimamente decoradas y largos corredores. Yo caminaba a una velocidad fuera de lo natural. Cada sala brillaba al conjuro de los sorprendentes tesoros en ellas acumulados y con gran rapidez recorrí tantos departamentos que me hubiera sido imposible enumerarlos.

Pero, lo más admirable fue lo siguiente: A pesar de que corría a la velocidad del viento, no movía los pies, sino que permaneciendo suspendido en el aire y con las piernas juntas, me deslizaba sin cansancio sobre el pavimento sin tocarlo, como si se tratase de una superficie de cristal. Así, pasando de una sala a otra, vi finalmente al fondo de una galería una puerta. Entré y me encontré en un gran salón, magnífico sobre toda ponderación... Al fondo del mismo, sobre un sillón, vi majestuosamente sentado a un Obispo, en actitud de recibir audiencia. Me acerqué con respeto y quedé maravillado al reconocer en aquel prelado a un amigo íntimo. Era Monseñor... (y dijo el nombre), Obispo de... muerto hacía dos años. Parecía que no sufriese nada.

Su aspecto era saludable, afectuoso y de una belleza qué no se puede expresar.

—¡Oh, Monseñor! ¿Usted aquí?—, le dije con alegría. —¿No me ves?—, replicó. —¿Cómo es esto? ¿Está vivo todavía? Pero ¿no murió? —Sí, que he muerto. —Y si murió, ¿cómo es que está ahí sentado, con ese aspecto tan saludable y de tan buena apariencia? Si es que está vivo todavía, dígamelo, pues de lo contrario nos veremos en graves aprietos. 

En A... hay otro Obispo, Monseñor... ¿cómo arreglaremos este asunto? —Esté tranquilo, no se preocupe, que yo estoy muerto —me contes tó—. —Más vale así, pues ya hay otro puesto en su lugar. —Lo sé. ¿Y Vos, [San] Juan Don Bosco, está vivo omuerto? —Yo estoy vivo. ¿No me ve aquí en cuerpo y alma? —Aquí no se puede venir con el cuerpo.

—Pues yo lo estoy. —Eso le parece, pero no es así.

Y al llegar a este punto de la conversación comencé a hablar muy de prisa, haciendo pregunta tras pregunta, sin obtener contestación alguna.

—¿Cómo es posible —decía— que estando yo vivo pueda estar aquí con Vuecencia que está muerto?

Y tenía miedo de que el prelado desapareciese; por eso comencé a decirle en tono suplicante: —Monseñor, por caridad, no se vaya. ¡Necesito saber tantas cosas!

El Obispo, al verme tan preocupado: —No se inquiete de ese modo —me dijo—; está tranquilo, no dude de mí; no me iré; hable. —Dígame, Monseñor, ¿se ha salvado? —Míreme— contestó; observe cuan lozano resplandeciente me encuentro.

Su aspecto me daba cierta esperanza de que se hubiera salvado; pero no contentándome con eso, añadí: —Dígame si se ha salvado: ¿sí o no? —Sí; estoy en un lugar de salvación— me respondió. —Pero ¿está en el Paraíso gozando de Dios o en el Purgatorio? —Estoy en un lugar de salvación; pero aún no he visto a Dios y necesito aún que rece por mi. —¿Y cuánto tiempo tendrá que estar todavía en el Purgatorio? —¡Mire aquí!— Y me mostró un papel, añadiendo: —

¡Lea!

Yo tomé el papel en la mano, lo examiné atentamente, pero no viendo en él nada escrito, le dije:

—Yo no veo nada. —Mire lo que hay escrito; lea—. Me volvió a decir. —Lo he mirado y lo estoy mirando, pero no puedo leer nada, porque nada hay escrito.

Mire mejor. —Veo un papel con dibujos en forma de flores celestes, verdes, violáceas, pero cifras no veo ninguna. —Pues esas son mis cifras. —Yo no veo ni cifras, ni números.

El prelado miró el papel que yo tenía en la mano y después dijo:

—Ya sé por qué no comprende, ponga el papel al revés.

Examiné la hoja con mayor atención, la volví de un lado y de otro, pero ni al derecho ni al revés la pude leer. Solamente me pareció apreciar que entre los trazos de aquellos dibujos se veía el número dos.

El Obispo continuó: ¿Sabe por qué es necesario leer al revés? Porque los juicios de Dios son diferentes de los juicios del mundo. Lo que los hombres juzgan como sabiduría es necedad para Dios.

No me atreví a pedirle me diera una más clara explicación, y dije: —Monseñor, no se marche; tengo que preguntarle algunas cosas más.

—Pregunte, pues; yo le escucho. —¿Me salvaré? —Tenga esperanza en ello. —No me haga sufrir; dígame si me salvaré. —No lo sé. —Al menos, dígame si estoy o no en gracia de Dios. —No lo sé. —¿Y mis jóvenes, se salvarán? —No lo sé. —Por favor, le suplico que me lo diga. —Ha estudiado Teología, por tanto lo puede saber y darse la respuesta a sí mismo. —¿Cómo? ¿Está en un lugar de salvación y no sabéisnada de estas cosas?

—Mire; el Señor se las hace saber a quien quiere; y cuando quiere que se den a conocer estas cosas, concede el permiso y da la orden. De otra manera nadie puede comunicarlo a los que viven aún.

Yo me sentía impulsado por un deseo vehemente de preguntar más y más cosas ante el temor de que Monseñor se marchase.

—Ahora, dígame algo de su parte para comunicarlo a mis jóvenes. —Vos sabéis tan bien como yo qué es lo que tiene que hacer. Tenéis la Iglesia, el Evangelio, las demás Escrituras que lo contienen todo; dígales que salven el alma, que lo demás nada interesa. 

—Pero, eso lo sabemos ya; debemos salvar el alma. Lo que necesitamos es conocer los medios que hemos de emplear para conseguirlo. Déme un consejo que nos haga recordar esta necesidad. Yo se lo repetiré a mis jóvenes en vuestro nombre. —Dígales que sean buenos y obedientes —¿Y quién no sabe esas cosas? —Dígales que sean modestos y que recen. —Pero, dígame algo más práctico. —Dígales que se confiesen frecuentemente y que hagan buenas comuniones. —Algo más concreto, más particular. —Se lo diré puesto que así lo quiere. Dígales que tienen delante de si una niebla y que simplemente el distinguirla es ya una buena cosa. Que se quiten ese obstáculo de delante de los ojos, como se lee en los Salmos:

Nubem dissipa. —¿Y qué significa esa niebla?—Todas las cosas del mundo, las cuales impiden ver la realidad de los bienes celestiales. —¿Y qué deben hacer para que desaparezca esa niebla?

—Considerar el mundo tal cual es: mundus totus in maligno positus est; y entonces salvarán el alma: que no se dejen engañar por las apariencias mundanas. Los jóvenes creen que los placeres, las alegrías, las amistades del mundo pueden hacerles felices y, por tanto, no esperan más que el momento de poder gozar de ellas; pero que recuerden que todo es vanidad y aflicción de espíritu. Que se acostumbren a ver las cosas del mundo, no según sus apariencias, sino como son en realidad.

—¿Y de dónde proviene principalmente esta niebla? —Así como la virtud que más brilla en el Paraíso es la pureza; también la oscuridad y la niebla es producida por el pecado de la inmodestia y de la impureza. Es como un negro y densísimo nubarrón que priva de la vista e impide a los jóvenes ver el precipicio que les amenaza con tragárselos. Dígales, pues, que conserven celosamente la virtud de la pureza, pues los que la poseen, florebunt sicut lilium in civitate Dei. —¿Y qué se precisa para conservar la pureza?

Dígamelo, que yo se lo comunicaré a mis jóvenes de su parte. —Es necesario: el retiro, la obediencia, la huida del ocio y la oración. —¿Y después? —Oración, huida del ocio, obediencia, retiro. —¿Y qué más? —Obediencia, retiro, oración y huida del ocio.

Recomiéndeles estas cosas que son suficientes. Yo deseaba preguntarle algunas cosas más, pero no me acordaba de nada. De forma que, apenas el prelado hubo terminado de hablar, en mi deseo de repetirles aquellos mismos consejos, abandoné precipitadamente la sala y corrí al Oratorio. Volaba con la rapidez del viento y, en un instante me encontré a las puertas de nuestra casa. Seguidamente me detuve y comencé a pensar:

—¿Por qué no estuve más tiempo con el Obispo de...? ¡Me habría proporcionado nuevas aclaraciones! He hecho mal en dejar perder tan buena ocasión. ¡Podría haber aprendido tantas cosas hermosas!

E inmediatamente volví atrás con la misma rapidez con que había venido, temeroso de no encontrar ya a Monseñor. Penetré, pues, de nuevo en aquel palacio y en el mismo salón.

Pero, ¡qué cambio se había operado en tan breves instantes! El Obispo, palidísimo como la cera, estaba tendido sobre el lecho; parecía un cadáver; a los ojos le asomaban las últimas lágrimas; estaba agonizando. Sólo por un ligero movimiento del pecho agitado por los postreros estertores se comprendía que aún tenía vida. Yo me acerque a él afanosamente:

—Monseñor, ¿qué es lo que le ha sucedido? —Déjeme—, dijo dando un suspiro. —Monseñor, tendría aún muchas cosas que preguntarle.

—Déjeme solo; sufro demasiado. —¿En qué puedo aliviarle? —Rece y déjeme ir. —¿Adonde?
—Donde la mano omnipotente de Dios me conduce. —Pero, Monseñor, se lo suplico, dígame dónde. —Sufro demasiado; déjeme. —Al menos dígame qué puedo hacer en su favor. —Rece. —Una palabra nada más, ¿no tiene que hacerme algún encargo para el mundo? ¿No tiene nada que decir a su sucesor? —Vaya con el actual Obispo de... y dígale de mi parte esto y esto.

Las cosas que me dijo a vosotros no les interesan, mis jóvenes, por tanto las omitiremos.

El prelado prosiguió diciendo: —Dígale también a tales y tales personas, estas y estas otras cosas en secreto. —¿Nada más?—, continué yo. —Diga a sus jóvenes que siempre los he querido mucho; que mientras viví, siempre recé por ellos y que también ahora me recuerdo de ellos. Que ellos rueguen también por mí. —Tenga la seguridad de que se lo diré y de que comenzaremos inmediatamente a aplicar sufragios. Pero, apenas se encuentre en el Paraíso, acuérdese de nosotros.

El aspecto del prelado denotaba entretanto un mayor sufrimiento. Daba pena el contemplarlo; sufría muchísimo, su agonía era verdaderamente angustiosa.

—Déjeme —me volvió a decir—; déjeme que vaya donde el Señor me llama. —¡Monseñor!... ¡Monseñor!...—, repetía yo lleno de indecible compasión. —¡Déjeme!... ¡Déjeme!...

Parecía que iba a expirar mientras una fuerza superior se lo llevaba de allí a las habitaciones más interiores, hasta que desapareció de mi vista.

Yo, ante una escena tan dolorosa, asustado y conmovido me volví para retirarme, pero habiendo dado al bajar la escalera con la rodilla en algún objeto, me desperté y me encontré en mi habitación y en el lecho.

*********

Como ven, mis queridos jóvenes, este es un sueño como todos los demás, y en lo relacionado con vosotros no necesita explicación, porque todos lo han entendido. [San] Juan Don Bosco terminó diciendo:

«En este sueño aprendí tantas cosas relacionadas con el alma y con el Purgatorio, que antes no había llegado a comprender y que ahora las veía tan claras que no las olvidaré jamás».

Así termina la narración que nos ofrecen nuestras Memorias. Parece que [San] Juan Don Bosco haya querido exponer en dos cuadros distintos el estado de gracia de las almas del Purgatorio y el de sus sufrimientos expiatorios.

El [Santo] no hizo comentario alguno sobre el estado de aquel buen prelado. Por lo demás, por revelaciones dignísimas de fe y por los testimonios de los Santos Padres se sabe que personajes de santidad suma, lirios de pureza virginal, ricos en méritos, por faltas ligerísimas hubieron de permanecer largo tiempo en el Purgatorio.

La justicia divina exige que antes de entrar en el cielo, cada uno pague hasta el último cuadrante de sus deudas.

Habiendo preguntado algún tiempo después a [San] Juan Don Bosco — continúa Don Lemoyne— si habíacumplido los encargos que se le habían dado por parte de aquel Obispo, con aquella confianza con la cual me honraba, le oí responder: —Sí, he observado fielmente lo que se mandó.


LA FE DE LOS NIÑOS CRECE CUANDO RECHAZAN HALLOWEEN




DOCUMENTACIÓN ACERCA DEL INFIERNO: La muerte imposible




¿Cómo se sabe que el Infierno existe?

El Infierno es una de las realidades más cuestionadas y atacadas, tal vez por un mecanismo de evasión del justo castigo que espera a los que ofendamos a Dios y dejemos de aprovechar la oportunidad y las oportunidades que El mismo nos da de arrepentirnos para perdonarnos, y así poder llegar, no al Infierno, sino al Cielo.

Respecto del Infierno hay errores muy difundidos: unos creen que el Infierno no existe. Otros creen que sí existe, pero que allí no va nadie, aduciendo que Dios es infinitamente bueno. Pero no hay que olvidar que Dios es, al mismo tiempo, infinitamente justo. Recordemos, también, que el propio Jesucristo nos habló en varias ocasiones sobre la posibilidad que tenemos de condenarnos. Y no sólo nos habló de esa posibilidad, sino que, además, varias veces nos describió ese lugar de castigo eterno. He aquí algunas descripciones por boca de Jesús:

"Los malvados ... los arrojará en el horno ardiente. Allí será el llanto y el rechinar de dientes" (Mt. 13, 42). "Y a ese servidor inútil échenlo en la oscuridad de allá afuera: allí habrá llanto y desesperación" (Mt.25,30). "Malditos: aléjense de Mí, al fuego eterno" (Mt. 25, 41).

Coinciden los Teólogos en que la más horrenda de las penas del Infierno es la pérdida definitiva y para siempre del fin para el cual hemos sido creados los seres humanos: la posesión y el gozo de Dios, viéndolo "cara a cara". Ya que únicamente Dios puede satisfacer el ilimitado deseo de felicidad que El mismo ha puesto en nuestra alma para ser satisfecho sólo por El, puede comprenderse cuán grande puede ser la pena de no poder disfrutar de lo que se denomina la Visión Beatífica. Para resumir esta pena en palabras de San Agustín, "es tan grande como grande es Dios".

Otro de los tormentos del Infierno es el sentido de eternidad. Es un sitio de fuego, pero es un fuego distinto al que conocemos en la tierra, pues afectará nuestra alma y nuestro cuerpo, pero no nos destruirá. Es un fuego que no se extingue, ni extingue, sino que es eterno, sin descanso, sin tregua, sin fin ... para siempre ... "El fuego no se apaga, pues han de ser salados con fuego", nos dijo Jesucristo (Mc. 9, 48-49). Significa esto que el fuego funciona como la sal: es un fuego que conserva y que penetra todo nuestro ser, pues cuerpo y alma recibirá el tormento del infierno.

Y estos horrores del Infierno no deben servir para desviar la atención. Los horrores del infierno no son para que pensemos ¡qué malo es Dios! sino para darnos cuenta del horror del pecado.

El Infierno es una realidad innegable. De hecho, el Infierno es de creencia obligatoria para los Católicos, y es de los dogmas de nuestra fe que presenta mayor número de textos de la Sagrada Escritura que lo sustentan, en los cuales por cierto aparece con diferentes nombres (abismo, horno de fuego, fuego eterno, lugar de tormentos, tinieblas exteriores, gehena, muerte segunda, fuego inextinguible etc.). En resumidas cuentas, el Infierno forma parte, junto con el Cielo y el Purgatorio, de las opciones que nos esperan después de esta vida terrena.

Entre los secretos que reveló la Santísima Virgen María a los pastorcitos de Fátima, está una visión del Infierno, que les dio en una de sus apariciones. Dice Lucía, la única vidente de Fátima que aún vive: "Algunas personas, también piadosas, no quieren hablar a los niños pequeños sobre el Infierno, para no asustarlos. Sin embargo, Dios no dudó en mostrar el Infierno a tres menores y una de ellas contando apenas seis años".

Por más que Lucía describe lo que ella y los otros dos videntes vieron (cfr. Memorias de Lucía), no es posible imaginar cómo es el Infierno. El Infierno es un lugar de dolor y horror -más de lo que podemos pensar, suponer o describir- al que son arrojadas las almas que en la tierra desperdician las gracias de salvación que Dios en su infinita Bondad, nos otorga a todos.

La Voluntad de Dios es que todos los hombres lleguen a disfrutar de la Visión Beatífica. Dios no predestina a nadie al Infierno. Para que alguien se condene es necesario que tenga una aversión voluntaria a Dios, un enfrentamiento o una rebeldía contra El y, además, que persista en esa actitud hasta el momento de la muerte (cfr. CIC #1037).

Hemos nacido y vivimos en esta tierra para pasar de esta vida a la eternidad. Y allí habrá o "Vida Eterna" en el Cielo, al que podemos llegar directamente o pasando antes por un tiempo de purificación en el Purgatorio ... o habrá "muerte eterna" en el Infierno.


siemprejamas.tripod.com

TESTIMONIO DE CONVERSIÓN - CONVERSIÓN DE GURÚ DE YOGA: Padre Joseph Marie Verlinde





Un Dios, una verdad

El prior de un monasterio, ex-maestro de Yoga formado en la India, advierte: «No hay Yoga Cristiano»

«No hay yoga cristiano, sino que hay cristianos que hacen yoga», dice quien fuera maestro de esa disciplina que es, advierte, un camino de vida. Hoy el belga Joseph-Marie Verlinde es sacerdote y Prior de un monasterio en Francia. Su diáfana reflexión sustentada en la experiencia cuestiona los argumentos que presentan al yoga como simples y benéficos ejercicios de acondicionamiento físico y psíquico.

youtube/Esdras Terranova

ANIVERSARIO DE LA CONGREGACIÓN PASIONISTA DE ARRAIJÁN


Hace 50 años, una misión sacerdotal empezó a ser protagonista en Arraiján. Fue el 14 de septiembre de 1965 cuando los primeros sacerdotes se colocan el hábito pasionista siendo su sede pastoral la parroquia San Nicolás de Bari, de Arraiján cabecera.

Actualmente encontramos su Casa Cural, San Nicolás de Bari, instalada en uno de los terrenos propiedad de la Arquidiócesis de Panamá en Vista Alegre de Arraiján. Está conformada por nueve sacerdotes siendo el padre Jorge Estrada, el cura párroco. Para esta fecha, la comunidad recuerda al padre Roger Arribasplata, el cual atendía 5 Iglesias principalmente y mismo que se encuentra en Guayaquil, Ecuador desde el pasado mes de abril. 

La Eucaristía fue celebrada el sábado 26 de septiembre en la Iglesia San Gabriel de La Dolorosa, y fue oficiada por monseñor Uriah Ashley, Obispo Auxiliar de Panamá. Concelebraron Padre Antonio Cajar, Padre Jorge Estrada, Padre Alexander Castillo, Padre Jesús María Rodríguez, Padre Luís Alfredo Parra, Padre Juan José Rodriguez y el Consultor Provincial, el padre Joaquín .  El reverendo Jesús María  cantó las Letanías de los Santos.

No estuvieron presente el padre Eusebio García, el padre Jesús Cavero  y el padre Luís Zuluaga Salazar

En Madrid se encuentra actualmente el padre Tarcisio García, sobreviviente del grupo fundador de la Misión Pasionista de Arraiján. Tiene 98 años.


Video



Nota: Puede enviar este video con el siguiente enlace https://www.youtube.com/watch?v=D3v_wBT492Q

Fotos


Momento de Consagración - Monseñor Uriah Ashley

Momento de Consagración -
Monseñor Ashley y el Consultor Padre Joaquín

Entrega de la Hostia Consagrada a los fieles -
Padre Jorge Estrada

Entrega de la Hostia Consagrada -
Monseñor Ashley y el Padre Jesús María Rodriguez, al fondo.

Entrega de la Hostia Consagrada

Padre Luís Parra con su hábito Pasionista

Jesus Maria Rodriguez Bezos, del templo San Gabriel de la Dolorosa
Padre Antonio Cajar

Hermanas Pasionistas de Arraiján



Sobre la Congregación Pasionista

Pablo Danei, llamado posteriormente Pablo de la Cruz, nació en Genova de 1694. Fundó la congregación de los Misioneros Pasionistas en 1720. Tuvo la certeza de que su misión consistía en llevar el mensaje de Jesús crucificado a todos. Así, luego de su muerte, sus hermanos llevaron a cabo este sueño.

La Congregación de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo - Congregación Pasionista esta presente en los cinco continentes.

La casa central de la Congregación está en Roma, en El Celio, al lado mismo del Coliseo Romano.


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Aprovecho la oportunidad de compartir con los lectores esta carta que recibí del padre Rafael Alvarez, un muy querido sacerdote pasionista que se encuentra en Ávila, España. Me escribe allí sobre el padre Tarcisio García


Estimada Narcisa:

Ánimo y a seguir adelante con la voluntad de Dios, haciendo camino fraterno y pastoral con amor y alegría.

Con respecto al P. Tarcisio, aunque ya está bastante delicado de salud, puede enviarle una tarjeta postal. Seguro que se pondrá muy contento de que alguien de Panamá le escriba para agradecerle su intervención en la fundación de la misión pasionista en Arraiján. Le anoto la dirección por su se anima a comunicarse con él:

P. Tarsicio García Lantada, cp.
Santuario de Santa Gema - Comunidad Pasionista
[---]

Una vez más, gracias por colaborar con los pasionistas, por todo cuando realiza con tanto cariño, esmero y generosidad. Estoy seguro que mis hermanos se sentirán contentos con su presencia y disponibilidad.

Que pase un feliz fin de semana, con la bendición de Dios y la protección de la Virgen María.
Un abrazo fraterno,

P. Rafael, cp.


ORACIONES POR LOS SACERDOTES


Oración para nuestros sacerdotes

Permitidme Sacerdote, que bese tus manos,

Manos Consagradas para salvar almas.

Manos que con amor, en el Sacramento del Bautismo, nos convierten en hijos de Dios.

Manos que con su bendición, nos perdonan los pecados, en el Sacramento de la Confesión.

Manos benditas, que nos dan el Espíritu Santo, en el Sacramento de la Confirmación.

Manos puras que reviven diariamente, el milagro de la Eucaristía para poder darnos el Cuerpo y la Sangre de Cristo Jesús.

Manos santas, que en el nombre de Dios unen y bendicen al hombre y la mujer en el Sacramento del Matrimonio.

Manos santificadas para dar consuelo en momentos de desesperación, en la enfermedad y en el final de la vida.

Manos sagradas, que día a día, en todo el mundo, elevan la Hostia y El Cáliz para darnos El Pan de Vida.

Manos bondadosas, que nos dan tesoros, sembrando esperanzas, sin esperar a cambio glorias y alabanzas.

Benditas sean sus manos y gracias a Dios le damos por las miles bendiciones que de ustedes recibimos.



Suplica a Jesús Sacramentado a favor del clero


¡Oh Jesús! Eterno Sacerdote guarda a tus consagrados al abrigo de Tu Sagrado Corazón.

Conserva sin mancha sus ungidas manos que a diario tocan Tu Sagrado Cuerpo.

Guarda sin detrimento los labios enrojecidos con Tu Preciosa Sangre.

Conserva puros y desprendidos de la tierra, los corazones sellados con las sublimes señales de Tu Glorioso Sacerdocio.

Rodealos de Tu Santo amor y protégelos del contagio del mundo.

Bendice sus trabajos con abundantes frutos y aquellos en quienes han ejercido su ministerio, sean aquí en la tierra su gozo y su consuelo y en el cielo su hermosa y eterna corona.

Así Sea


A nuestro Santísimo Padre
Envuelvelos en tu gracia, Señor.
A los Cardenales y Delegados
Envíales tu luz, Señor
A los Arzobispos y Obispos
Concédeles tus dones, Señor
A los Sacerdotes Párrocos
Dales acierto, Señor
A los Sacerdotes Vicarios
Guíalos, Señor
A los Sacerdotes Misioneros
Protégelos, Señor
A los Sacerdotes Predicadores
Ilumínalos, Señor
A los Sacerdotes Directores de Almas
Instrúyelos, Señor
A los Sacerdotes Religiosos
Hazlos perfectos, Señor
A los Sacerdotes de los Seminarios
Enséñalos, Señor
A Los Sacerdotes en peligro
Líbralos, Señor
A los Sacerdotes tentados
Anímalos, Señor
A los Sacerdotes en pecado
Dales tu gracia, Señor
A los Sacerdotes pobres
Socórrelos, Señor
A los Sacerdotes débiles
Fortalécelos, Señor
A los Sacerdotes Turbados
Confórtalos, Señor
A los Sacerdotes aislados
Acompáñalos, Señor
A los Sacerdotes atados a las cosas de la tierra
Rómpeles sus cadenas, Señor
A los sacerdotes alejados de la Iglesia Atràelos, Señor
A los Sacerdotes confundidos
Ilumínalos, Señor
A los Sacerdotes sin fe, ni piedad Compadécelos, Señor
A los Sacerdotes disidentes
Vuélveles al seno de la Iglesia, Señor
A los Sacerdotes presos o sufriendo persecución
Atiéndelos Señor
A los Sacerdotes recalcitrantes
Suavízalos, Señor
A los Sacerdotes enfermos
Sánalos, Señor
A los Sacerdotes Ancianos
Sostenlos, Señor
A los Sacerdotes difuntos
Descansen en paz, Señor


Recítese después de comulgar y en la Visita al Sagrario.


http://es.catholic.net/


ALGUNOS APUNTES ACERCA DE LA VOCACIÓN SACERDOTAL


1. Una clave de la fecundidad sacerdotal: aprender a descansar

2. Lo que denota la crisis de vocaciones es una crisis de fe

3. La adoración eucarística nocturna: El culto a la Eucaristía fuera de la misa



1. Una clave de la fecundidad sacerdotal: aprender a descansar

Por: Papa Francisco | Fuente: es.radiovaticana.va

Homilía del Papa Francisco en la Santa Misa del Crisma al inicio del Triduo pascual. 2 abril 2015

«Lo sostendrá mi mano y le dará fortaleza mi brazo» (Sal 88,22), así piensa el Señor cuando dice para sí: «He encontrado a David mi servidor y con mi aceite santo lo he ungido» (v. 21). Así piensa nuestro Padre cada vez que «encuentra» a un sacerdote. Y agrega más: «Contará con mi amor y mi lealtad. Él me podrá decir: Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva» (v. 25.27).

Es muy hermoso entrar, con el Salmista, en este soliloquio de nuestro Dios. Él habla de nosotros, sus sacerdotes, sus curas; pero no es realmente un soliloquio, no habla solo: es el Padre que le dice a Jesús: «Tus amigos, los que te aman, me podrán decir de una manera especial: ”Tú eres mi Padre”» (cf. Jn 14,21). Y, si el Señor piensa y se preocupa tanto en cómo podrá ayudarnos, es porque sabe que la tarea de ungir al pueblo fiel no es fácil; nos lleva al cansancio y a la fatiga. Lo experimentamos en todas sus formas: desde el cansancio habitual de la tarea apostólica cotidiana hasta el de la enfermedad y la muerte e incluso a la consumación en el martirio.

El cansancio de los sacerdotes... ¿Saben cuántas veces pienso en esto: en el cansancio de todos ustedes? Pienso mucho y ruego a menudo, especialmente cuando el cansado soy yo. Rezo por los que trabajan en medio del pueblo fiel de Dios que les fue confiado, y muchos en lugares muy abandonados y peligrosos. Y nuestro cansancio, queridos sacerdotes, es como el incienso que sube silenciosamente al cielo (cf. Sal 140,2; Ap 8,3-4). Nuestro cansancio va directo al corazón del Padre.

Estén seguros que la Virgen María se da cuenta de este cansancio y se lo hace notar enseguida al Señor. Ella, como Madre, sabe comprender cuándo sus hijos están cansados y no se fija en nada más. «Bienvenido. Descansa, hijo mío. Después hablaremos... ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?», nos dirá siempre que nos acerquemos a Ella (cf. Evangelii gaudium, 28,6). Y a su Hijo le dirá, como en Caná: «No tienen vino».

Sucede también que, cuando sentimos el peso del trabajo pastoral, nos puede venir la tentación de descansar de cualquier manera, como si el descanso no fuera una cosa de Dios. No caigamos en esta tentación. Nuestra fatiga es preciosa a los ojos de Jesús, que nos acoge y nos pone de pie: «Vengan a mí cuando estén cansados y agobiados, que yo los aliviaré» (Mt 11,28). Cuando uno sabe que, muerto de cansancio, puede postrarse en adoración, decir: «Basta por hoy, Señor», y claudicar ante el Padre; uno sabe también que no se hunde sino que se renueva porque, al que ha ungido con óleo de alegría al pueblo fiel de Dios, el Señor también lo unge, «le cambia su ceniza en diadema, sus lágrimas en aceite perfumado de alegría, su abatimiento en cánticos» (Is 61,3).

Tengamos bien presente que una clave de la fecundidad sacerdotal está en el modo como descansamos y en cómo sentimos que el Señor trata nuestro cansancio. ¡Qué difícil es aprender a descansar! En esto se juega nuestra confianza y nuestro recordar que también somos ovejas y también necesitamos del pastor, que nos ayude. Pueden ayudarnos algunas preguntas a este respecto.

¿Sé descansar recibiendo el amor, la gratitud y todo el cariño que me da el pueblo fiel de Dios? O, luego del trabajo pastoral, ¿busco descansos más refinados, no los de los pobres sino los que ofrece el mundo del consumo? ¿El Espíritu Santo es verdaderamente para mí «descanso en el trabajo» o sólo aquel que me da trabajo? ¿Sé pedir ayuda a algún sacerdote sabio? ¿Sé descansar de mí mismo, de mi auto-exigencia, de mi auto-complacencia, de mi auto-referencialidad? ¿Sé conversar con Jesús, con el Padre, con la Virgen y San José, con mis santos protectores amigos para reposarme en sus exigencias – que son suaves y ligeras –, en sus complacencias – a ellos les agrada estar en mi compañía –, en sus intereses y referencias – a ellos sólo les interesa la mayor gloria de Dios –? ¿Sé descansar de mis enemigos bajo la protección del Señor? ¿Argumento y maquino yo solo, rumiando una y otra vez mi defensa, o me confío al Espíritu Santo que me enseña lo que tengo que decir en cada ocasión? ¿Me preocupo y me angustio excesivamente o, como Pablo, encuentro descanso diciendo: «Sé en Quién me he confiado»(2 Tm 1,12)?

Repasemos un momento, brevemente, las tareas de los sacerdotes que hoy nos proclama la liturgia: llevar a los pobres la Buena Nueva, anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. E Isaías agrega: curar a los de corazón quebrantado y consolar a los afligidos.

No son tareas fáciles, no son tareas exteriores, como por ejemplo el manejo de cosas – construir un nuevo salón parroquial, o delinear una cancha de fútbol para los jóvenes del Oratorio... –; las tareas mencionadas por Jesús implican nuestra capacidad de compasión, son tareas en las que nuestro corazón es «movido» y conmovido. Nos alegramos con los novios que se casan, reímos con el bebé que traen a bautizar; acompañamos a los jóvenes que se preparan para el matrimonio y a las familias; nos apenamos con el que recibe la unción en la cama del hospital, lloramos con los que entierran a un ser querido... Tantas emociones… Si nosotros tenemos el corazón abierto, esta emoción y tanto afecto, fatigan el corazón del Pastor. Para nosotros sacerdotes las historias de nuestra gente no son un noticiero: nosotros conocemos a nuestro pueblo, podemos adivinar lo que les está pasando en su corazón; y el nuestro, al compadecernos (al padecer con ellos), se nos va deshilachando, se nos parte en mil pedacitos, y es conmovido y hasta parece comido por la gente: «Tomen, coman». Esa es la palabra que musita constantemente el sacerdote de Jesús cuando va atendiendo a su pueblo fiel: «Tomen y coman, tomen y beban...». Y así nuestra vida sacerdotal se va entregando en el servicio, en la cercanía al pueblo fiel de Dios... que siempre, siempre cansa.

Quisiera ahora compartir con ustedes algunos cansancios en los que he meditado.

Está el que podemos llamar «el cansancio de la gente, el cansancio de las multitudes»: para el Señor, como para nosotros, era agotador – lo dice el evangelio –, pero es cansancio del bueno, cansancio lleno de frutos y de alegría. La gente que lo seguía, las familias que le traían sus niños para que los bendijera, los que habían sido curados, que venían con sus amigos, los jóvenes que se entusiasmaban con el Rabí..., no le dejaban tiempo ni para comer. Pero el Señor no se hastiaba de estar con la gente. Al contrario, parecía que se renovaba (cf. Evangelii gaudium, 11). Este cansancio en medio de nuestra actividad suele ser una gracia que está al alcance de la mano de todos nosotros, sacerdotes (cf. ibíd., 279). iQué bueno es esto: la gente ama, quiere y necesita a sus pastores! El pueblo fiel no nos deja sin tarea directa, salvo que uno se esconda en una oficina o ande por la ciudad en un auto con vidrios polarizados. Y este cansancio es bueno, es un cansancio sano. Es el cansancio del sacerdote con olor a oveja..., pero con la sonrisa de papá que contempla a sus hijos o a sus nietos pequeños. Nada que ver con esos que huelen a perfume caro y te miran de lejos y desde arriba (cf. ibíd., 97). Somos los amigos del Novio, esa es nuestra alegría. Si Jesús está pastoreando en medio de nosotros, no podemos ser pastores con cara de vinagre, quejosos ni, lo que es peor, pastores aburridos. Olor a oveja y sonrisa de padres... Sí, bien cansados, pero con la alegría de los que escuchan a su Señor decir: «Vengan a mí, benditos de mi Padre» (Mt 25,34).

También se da lo que podemos llamar «el cansancio de los enemigos». El demonio y sus secuaces no duermen y, como sus oídos no soportan la Palabra, trabajan incansablemente para acallarla o tergiversarla. Aquí el cansancio de enfrentarlos es más arduo. No sólo se trata de hacer el bien, con toda la fatiga que conlleva, sino que hay que defender al rebaño y defenderse uno mismo contra el mal (cf. Evangelii gaudium, 83). El maligno es más astuto que nosotros y es capaz de tirar abajo en un momento lo que construimos con paciencia durante largo tiempo. Aquí necesitamos pedir la gracia de aprender a neutralizar – es un hábito importante: aprender a neutralizar – : neutralizar el mal, no arrancar la cizaña, no pretender defender como superhombres lo que sólo el Señor tiene que defender. Todo esto ayuda a no bajar los brazos ante la espesura de la iniquidad, ante la burla de los malvados. La palabra del Señor para estas situaciones de cansancio es: «No teman, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Y esta palabra nos dará fuerza.

Y por último – último para que esta homilía no los canse demasiado – está también «el cansancio de uno mismo» (cf. Evangelii gaudium, 277). Es quizás el más peligroso. Porque los otros dos provienen de estar expuestos, de salir de nosotros mismos a ungir y a pelear (somos los que cuidamos). En cambio, este cansancio, es más auto-referencial; es la desilusión de uno mismo pero no mirada de frente, con la serena alegría del que se descubre pecador y necesitado de perdón, de ayuda: este pide ayuda y va adelante. Se trata del cansancio que da el «querer y no querer», el haberse jugado todo y después añorar los ajos y las cebollas de Egipto, el jugar con la ilusión de ser otra cosa. A este cansancio, me gusta llamarlo «coquetear con la mundanidad espiritual». Y, cuando uno se queda solo, se da cuenta de que grandes sectores de la vida quedaron impregnados por esta mundanidad y hasta nos da la impresión de que ningún baño la puede limpiar. Aquí sí puede haber cansancio malo. La palabra del Apocalipsis nos indica la causa de este cansancio: «Has sufrido, has sido perseverante, has trabajado arduamente por amor de mi nombre y no has desmayado. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor» (2,3-4). Sólo el amor descansa. Lo que no se ama cansa mal y, a la larga, cansa peor.

La imagen más honda y misteriosa de cómo trata el Señor nuestro cansancio pastoral es aquella del que «habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1): la escena del lavatorio de los pies. Me gusta contemplarla como el lavatorio del seguimiento. El Señor purifica el seguimiento mismo, él se «involucra» con nosotros (cf. Evangelii gaudium, 24), se encarga en persona de limpiar toda mancha, ese mundano smog untuoso que se nos pegó en el camino que hemos hecho en su nombre.

Sabemos que en los pies se puede ver cómo anda todo nuestro cuerpo. En el modo de seguir al Señor se expresa cómo anda nuestro corazón. Las llagas de los pies, las torceduras y el cansancio son signo de cómo lo hemos seguido, por qué caminos nos metimos buscando a sus ovejas perdidas, tratando de llevar el rebaño a las verdes praderas y a las fuentes tranquilas (cf. ibíd. 270). El Señor nos lava y purifica de todo lo que se ha acumulado en nuestros pies por seguirlo. Y Esto es sagrado. No permite que quede manchado. Así como las heridas de guerra él las besa, la suciedad del trabajo él la lava.

El seguimiento de Jesús es lavado por el mismo Señor para que nos sintamos con derecho a estar «alegres», «plenos», «sin temores ni culpas» y nos animemos así a salir e ir «hasta los confines del mundo, a todas las periferias», a llevar esta buena noticia a los más abandonados, sabiendo que él está con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo» (cf. Mt 28,21). Y por favor, pidamos la gracia de aprender a estar cansados, pero ¡bien cansados!

Vaticano, 2 de abril de 2015



2. Lo que denota la crisis de vocaciones es una crisis de fe

Por: Iglesia en Valladolid | Fuente: www.agenciasic.com


Iglesia en Valladolid ha entrevistado al sacerdote Aurelio García, Rector del seminario diocesano.

-¿Cuál es la situación del seminario?

Hay que tener en cuenta que se ha producido un cambio social muy importante con respecto a décadas anteriores: en Valladolid llegó a haber hasta 30 seminaristas. Ahora son 14, una cifra que se mantiene estable.

-¿Sigue la crisis de vocaciones?

Crisis ¿con respecto a qué? Hay crisis en la vida religiosa, en la vida matrimonial,… porque en el fondo lo que se está cuestionando es esta sociedad moderna. Lo que denota la crisis de vocaciones es una crisis de fe.

-El sacerdocio ¿es una salida laboral en tiempos de crisis?

Constato que ha venido gente por esta motivación, pero no resiste el más mínimo discernimiento. Para entrar en el seminario no vale sólo la buena voluntad del que viene, hace falta un encontrarte con la Iglesia. Cuando una persona busca esto para servirse a sí mismo… ¿cómo va a ser capaz de servir a los demás? Estos no duran ni un mes.

-¿Cómo son los jóvenes que se queda?

La mayoría son personas más maduras que hace años. Suelen ser universitario, cercanos a los 30. Antes se seguía el proceso académico. Terminado el Bachillerato, se entraba en el seminario como cualquier universitario. Ahora no es lo habitual.

-¿Son personas que antes han querido vivir otras experiencias?

No hay un momento preciso para una llamada del Señor. Cuando uno entra por vocación hay una cuestión interior y un convencimiento y es difícil transmitir esa experiencia. Es como el enamoramiento. El seminario es la maduración, la confrontación de si realmente ese es tu camino o ha sido una falsa ilusión. Es un proceso de estudio, discernimiento, convivencia, encuentro, oración, reflexión…

-Pero se renuncia a mucho

Cualquier vocación de entrega y servicio a los demás exige renuncia. Como el matrimonio.

-¿Hay muchos abandonos?

Cuando había más vocaciones y era un proceso continuo había más deserciones.

-¿Qué es lo que más cuesta aprender?

El servicio, porque hay que ser muy humilde para servir a los demás.

-La teoría es fácil…

Sí, la teoría no cuesta nada, pero la práctica sí. Para servir, primero tienes que ser humilde interiormente, obediente, porque el servicio no es donde yo quiera, sino donde me manden. Humildad, obediencia y sacrificio.

-… ¿y el celibato?

El celibato no es lo que más cuesta. Hay mucha gente célibe fuera. Cuando una persona está centrada e integrada, el celibato no es lo que más cuesta. Cuesta más obedecer.

-Los casos de pederastia en la Iglesia, ¿cómo se plantean en un seminario?

Planteamos el tema de la formación, afectiva, sexual e integral. La pederastia es un síntoma, cruel y detestable, de una no integración del ser humano. Es una disfunción de la persona. Manifiesta que no hay una integrada formación afectiva.

-¿Se incide más ahora en este problema?

Nos ha llevado a no ser ingenuos y creer que lo teníamos todo trabajado, a no dar por supuesto cosas. Pero el problema de la pederastia no es sólo de la Iglesia. A ver cuándo se sacan en otros contextos, que están callados.

-¿Cómo es el sacerdote perfecto?

Un sacerdote tiene que ser «un pastor bueno». Primero, una persona que se sienta llamada por Dios, no por intereses propios, y segundo, que se entregue a la gente.



3. La adoración eucarística nocturna: El culto a la Eucaristía fuera de la Misa

Por: José María Iraburu | Fuente: www.gratisdate.org


I. La adoración eucarística

Centralidad de la Eucaristía - Reserva de la Eucaristía - La adoración eucarística dentro de la Misa - Primeras manifestaciones del culto a la Eucaristía fuera de la Misa - Aversión y devoción en el siglo XIII - Santa Juliana de Mont-Cornillon y la fiesta del Corpus Christi - Celebración del Corpus y exposiciones del Santísimo - Las Cofradías eucarísticas - La piedad eucarística en el pueblo católico - Congregaciones religiosas - Congresos eucarísticos - La piedad eucarística en otras confesiones cristianas

2. Doctrina espiritual de la adoración eucarística

Maestros espirituales de la devoción a la Eucaristía - Frutos de la piedad eucarística - ¿Deficiencias en la devoción eucarística? - Hubo deficiencias - Deficiencias del lenguaje piadoso - Deficiencias históricas - Renovación actual de la piedad eucarística - Diversas modalidades de la presencia de Cristo en su Iglesia - El fundamento primero de la adoración - Sacrificio y Sacramento - Devoción eucarística y comunión - Adoración eucarística y vida espiritual - Adoración y ofrenda personal - Adoración y súplica - Adoremos a Cristo, presente en la Eucaristía - Sagrarios dignos en iglesias abiertas - Devoción eucarística y esperanza escatológica - Los sacerdotes y la adoración eucarística - La devoción eucarística después del Vaticano II - Secularización o sacralidad


II. La Adoración Nocturna

1. Hermann Cohen, fundador de la adoración eucarística nocturna

Hermann Cohen - Una conversión eucarística - Proyecto de Hermann aprobado por Mons. de la Bouillerie - Nace la Adoración Nocturna - Obra providencial para tiempos duros de la Iglesia - Primeras vigilias de la Adoración Nocturna - El padre Hermann, carmelita - El apóstol de la Eucaristía - Jesucristo es hoy la Eucaristía

2. La Adoración Nocturna

Las vigilias de la antigüedad, primer precedente de la AN - Otros precedentes - La Adoración Nocturna en España - La Adoración Nocturna en el mundo - Naturaleza de la Adoración Nocturna - Fines principales - Fines complementarios - Vigilias mensuales - Espíritu - En 1848, hace ciento cincuenta años - Dios lo quiere

3. Las vigilias mensuales de la adoración nocturna

Importancia del Manual de la Adoración Nocturna - La Liturgia de las Horas - Esquema de una vigilia - Reunión previa - Rosario y confesiones - Vísperas - Celebración de la Eucaristía - Oración de presentación de adoradores - Turnos de vela - Laudes - Bendición final


Recopilación: es.catholic.net/


EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR
San Francisco de Asís